miércoles, 9 de enero de 2013

"Al oír el quejido de su bostezo inicial, fingí un sueño de hermoso perfil. Sencillamente, no sabía qué hacer. ¿Se alarmaría viéndome a su lado, y no en una cama adicional? ¿Tomaría su ropa y se encerraría en el cuarto de baño? ¿Me pediría que la llevara de inmediato a Ramsdale –junto al lecho de su madre–, o de regreso al campamento? Sentí sus ojos fijos en mí, y cuando al fin prorrumpió en ese encantador cloqueo suyo, comprendí que sus ojos reían. Rodó junto a mí y su tibio pelo castaño rozó mi clavícula. Hice una mediocre imitación de alguien que despierta. Permanecimos acostados, sin movernos. Después le acaricié el pelo, y nos besamos suavemente. Su beso, para mi delirante confusión, tenía algunos cómicos refinamientos de ondulaciones y sondeos. Como para comprobar si yo estaba satisfecho y había aprendido la lección, se apartó para observarme. Sus pómulos estaban enrojecidos, el labio inferior le brillaba, mi desmayo era inminente. De pronto, con un ímpetu de rudo entusiasmo (signo de una nínfula), puso su boca contra mi oreja... pero durante un rato mi mente no pudo analizar en palabras el cálido trueno de su susurro, y ella rió, y se apartó el pelo de la cara, y volvió a intentarlo, y a poco la curiosa sensación de vivir en un insensato mundo de sueños recién creado donde todo era lícito, se apoderó de mí, a medida que comprendía lo que mi ninfa acababa de sugerirme"


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